Andalucía atemporal

Spain Is Different

Este Spain Is Different fue el primer reclamo turístico que tuvimos en España en la época moderna. El objetivo era atraer al público europeo que nos veían con bastante recelo después de décadas de dictadura. En Europa tampoco es que anduvieran sobrados de nada recién salidos de la segunda guerra del siglo, pero el ritmo de crecimiento era distinto. El turismo se había convertido en la gallina de los huevos de oro. Sol y playa como reclamo a los turistas que veían en nuestras costas su paraíso terrenal.

Andalucía no era uno de sus destinos favoritos. La concepción tradicional de cada paso que damos por esta tierra tiene demasiado peso. Nada por encima de la tradición. El no renunciar a lo que somos y mostrarnos tal cual, no nos hacía atractivos al extranjero. La búsqueda de Europa, pero con sol y playa no estaba de Despeñaperros para abajo, pero sí en las costas catalanas por ejemplo que ofrecían un concepto vacacional más abierto. Más europeo, acorde con las demandas de esos primeros visitantes. Pasado el tiempo, seguimos viviendo encorsetados a esas tradiciones, pero lejos de no dejar que nos movamos, hemos convertido el corsé en virtud. De hecho, nuestros visitantes lo hacen de forma masiva cuando celebramos nuestras fiestas tradicionales. Esas fiestas que nunca modificamos para adaptarnos a ellos, sino al revés.

Mi tierra tiene muchas peculiaridades que la hacen diferente incluso al resto de España y, en consecuencia, al resto del mundo. No solo de sol y playa vivimos los andaluces, aunque es cierto que el turismo es un pilar importante de nuestra economía. Pilar que nos esforzamos a diario en profesionalizar, a pesar de la que está cayendo. Cada vez con más presencia en el escaparate top de las Estrellas Michelin, vivimos nuestra cultura y tradiciones de forma pasional y, en muchas ocasiones, estas tradiciones están estrechamente ligadas a la gastronomía. Adaptar platos tradicionales a la cocina actual se ha convertido en un recurso muy utilizado por los cocineros, a la par de demandado por los clientes que buscan algo más en sus visitas a los restaurantes.

Amparados en la tradición

Nos hemos empeñado en darle carácter estacional a productos que no tiene sentido que lo sean. Esa estacionalidad de la que te hablo es la que, antaño, iba obligada por las dificultades de conseguir las materias primas necesarias para elaborar un determinado producto fuera de una época del año en concreto. Por este motivo, agarrarnos a la tradición para justificar la ausencia de mantecados, polvorones o turrones de las estanterías de los supermercados se me antoja una excusa barata. Máxime cuando en la localidad sevillana de Estepa, Ciudad del Mantecado, como ellos se hacen llamar, esta industria sostiene el empleo directo o indirecto del 36% de sus habitantes. Pero como debe estar tipificado en el Código Penal como delito, a nadie se le ocurre comerse un mantecado en febrero. Lo dicho, nada por encima de la tradición.

Empieza la Cuaresma y estamos inmersos en la época de las torrijas. Con el azahar empezando a asomar a los naranjos, este es el dulce protagonista gastronómico de la primavera. Producto que, misteriosamente, desaparece cuando pasa la fecha del año donde su consumo es legal. Ya sabes lo tremendamente complicado que es encontrar en los mercados pan, miel y vino más allá de febrero o marzo. Entiéndase la ironía.

Mantenernos firmes en el convencimiento de nuestras tradiciones nos otorga ciertas peculiaridades que nos hacen atractivos al resto del mundo. No me preguntes por qué, pero la Andalucía atemporal de la que te hablo es así. Son pueblos pequeños y blancos. Barquitas en la arena y pescadores remendando redes. Paisajes románticos con calles estrechas alumbradas por farolas en cualquier barrio antiguo. Balcones con macetas y flores de colores. Bodegas con telas de araña y botas centenarias con vino de Jerez, que las botas nuevas no tienen sabor. La cultura de la tapa que se agarra a las barras de los bares manteniendo el pulso con la mesa y el mantel. Una sonrisa de gente que no has visto antes. Y no me preguntes por qué, pero es de mal gusto comer mantecados en febrero o torrijas en mayo.

El sacrificio merece la pena si se cumple con el corazón, no con la razón. Y no hay intención de cambiar nada. Somos felices viviendo en esta Andalucía atemporal.

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About Carlos M. Montero

Licenciado en Turismo por la Universidad de Granada. Máster Business Administration en Universidad Carlos III de Madrid. Máster Turismo Gastronómico en Basque Culinary Center. Docente para la Formación Profesional para el Empleo con LANBIDE. Profesional de sala y sumiller con certificado de profesionalidad, amante de los vinos de Jerez, forma parte de la Sociedad Gastronómica Urtoki, de la Asociación Española de Periodistas y Escritores del Vino, de la Asociación Andaluza del Vino, el Skal Club de Sevilla y de la Asociación Sevillana de Empresas Turísticas.

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